La violencia de género es un fenómeno complejo y multifacético que, a menudo, pasa desapercibido. Aunque vivimos en una era de mayor conciencia social, la idea de que «si no se ve, no está» sigue siendo una trampa cognitiva en la que caemos fácilmente. Lo cierto es que, aunque no siempre se manifieste de manera explícita, la violencia de género persiste, camuflada por una serie de sesgos cognitivos y dinámicas sociales que debemos aprender a identificar. Además, entender que el respeto y la igualdad en las relaciones no son innatos, sino que se aprenden, es un paso clave para construir vínculos más saludables.
Lo que no se ve, también cuenta
Uno de los grandes problemas relacionados con la violencia de género es su invisibilidad. Esto no significa que no exista, sino que se presenta de formas que muchas veces pasan desapercibidas. El control psicológico, las descalificaciones constantes, el menosprecio y la manipulación emocional son ejemplos de violencia no física que no dejan marcas visibles pero pueden causar daños profundos y duraderos.
¿Por qué no lo vemos? Aquí entran en juego varios sesgos cognitivos que actúan como «filtros mentales», distorsionando nuestra percepción:
Sesgo de normalización: Muchas conductas violentas se perciben como normales debido a su arraigo cultural. Comentarios como «es que así son los hombres» o «eso es parte de una relación» reflejan la aceptación de dinámicas de poder desiguales.
Sesgo de minimización: Tendemos a restar importancia a ciertos comportamientos, calificándolos de «bromas» o «malentendidos». Este sesgo dificulta que las víctimas reconozcan que están siendo violentadas.
Sesgo de invisibilidad estructural: La violencia de género está tan integrada en nuestras estructuras sociales que resulta difícil identificarla como tal. Por ejemplo, la discriminación laboral o la cosificación en los medios de comunicación son formas de violencia que se perciben como «normales».
Aprender a ver: desmontando los sesgos
Identificar y confrontar estos sesgos es un paso fundamental para abordar la violencia de género. Requiere un proceso de deconstrucción social y personal que nos permita cuestionar nuestras creencias y actitudes. ¿Cómo podemos aprender a ver lo que parece invisible?
Cuestionar los estereotipos: Es crucial identificar y desafiar las creencias tradicionales sobre los roles de género. Los estereotipos no solo perpetúan la desigualdad, sino que también actúan como barreras para reconocer la violencia.
Educación emocional: Muchas veces, confundimos control con cuidado o posesividad con amor. Aprender a distinguir entre relaciones saludables y tóxicas nos ayuda a detectar patrones de abuso.
Escuchar a las víctimas: A menudo, las experiencias de las víctimas son invalidadas o ignoradas. Escuchar sin juzgar es clave para hacer visible lo que otros no ven.
El aprendizaje: una herramienta para el cambio
La idea de que «a relacionarse se aprende» es profundamente poderosa. No nacemos con un manual de cómo establecer relaciones saludables; nuestras primeras lecciones provienen de lo que observamos en casa, en la escuela y en la sociedad.
El problema surge cuando los modelos que seguimos reproducen dinámicas de desigualdad y violencia. Por ello, es necesario replantear nuestra forma de relacionarnos desde la educación y la introspección.
Elementos clave para aprender relaciones saludables
Respeto mutuo: Reconocer la dignidad del otro como base de cualquier vínculo.
Comunicación asertiva: Expresar necesidades y emociones sin recurrir a la agresión ni a la manipulación.
Autonomía individual: Entender que una relación no implica la fusión de identidades, sino la coexistencia de dos personas completas y autónomas.
Igualdad: Relaciones basadas en la equidad, donde ambos miembros tengan las mismas oportunidades y responsabilidades.
La educación como motor de cambio
Para abordar la violencia de género de raíz, es imprescindible incorporar la perspectiva de género en la educación. Desde temprana edad, se debe enseñar a los niños y niñas sobre igualdad, respeto y resolución de conflictos sin violencia. Esto no solo ayuda a prevenir la violencia futura, sino que también sienta las bases para una sociedad más justa y equilibrada.
Además, la formación no debe limitarse a la infancia. Los adultos también deben reflexionar sobre las dinámicas de poder en sus relaciones y estar dispuestos a cambiar comportamientos dañinos.
Ver y actuar
La violencia de género no desaparece solo porque no la veamos. Nuestra incapacidad para detectarla muchas veces tiene más que ver con nuestros propios sesgos que con su ausencia real. Es hora de cuestionar lo que damos por sentado, de aprender a ver lo que hemos ignorado y de comprometernos con la construcción de relaciones basadas en el respeto y la igualdad.
Porque, al final, a relacionarse se aprende. Y siempre es posible reaprender para construir un mundo más justo y humano.